miércoles, 18 de abril de 2018

PACTOS




     Nuestros políticos dicen que quieren llegar a acuerdos y pactos en lo tocante a la educación; aunque, cuando se ponen a hablar, no acuerdan ni pactan nada. No debemos extrañar, por tanto, que en España no haya todavía un plan general que, con ánimo de perdurar en el tiempo, regule la materia de manera armónica y uniforme.

     Ya llevamos muchísimo oyendo que la educación es demasiado importante para andar cambiando las leyes y los planes cada vez que cambia el partido del Gobierno, que hay que anteponer los intereses generales a los particulares, que hay que pensar en los futuros compatriotas… Todo esto, al fin y al cabo, no es sino mera palabrería porque cada partido odia a los demás y, en el fondo, no desea entenderse con ellos. Por eso, barruntamos que, aunque se alcanzara el tan deseado pacto, como su infracción no tendría ninguna consecuencia jurídica, nada impediría que los mismos que lo firmaran lo rompieran después.

    En los meses en que nuestros representantes han estado hablando de educación han tocado muchas cosas (o dicen que las han tocado). Al parecer, en lo que más se han centrado ha sido en lo económico y en las relaciones entre la educación pública y la concertada; pero, por lo que se lee en los periódicos, se han olvidado de algo tan elemental como es su propia lengua.

     Porque, a pesar de la cada vez mayor presencia del inglés en los centros de enseñanza, no nos consta que nuestros representantes hayan debatido la forma de asegurar la supervivencia tanto del castellano o español —lengua oficial del Estado— como de los idiomas regionales. Por el contrario, parecen determinados a mantener eso que se llama bilingüismo, cuyo sentido no está muy claro (ya que unas veces significa que se dan dos o tres asignaturas en inglés; y otras, que se dan dos o tres asignaturas en español y el resto en inglés). En cualquier caso, lo único claro es que se quiere mantener el inglés como lengua de enseñanza, por lo que, si bien se considera, no debería recibir el nombre de bilingüismo, sino el de anglicanización. ¿O eso del bilingüismo no admite portugués, francés, alemán, chino, italiano, ruso, esperanto o interlingua?
     Por otra parte, tampoco sabemos por qué hay favorecer el bilingüismo y no el trilingüismo o el plurilingüismo (que ahora también defienden muchos de los que hasta hace poco defendían solamente el bilingüismo).

     Ni que decir tiene que a ninguno de nuestros representantes se le ha ocurrido que debería introducirse en la legislación española un principio como el que proclama la ley francesa de Toubon:

     «La lengua de la educación, de los exámenes y los concursos, así como de las tesis y disertaciones en las instituciones públicas y privadas de enseñanza es el francés, salvo las excepciones que justificadamente se acuerden para la enseñanza de idiomas o culturas regionales o extranjeras, o cuando los profesores sean asociados o invitados» (artículo 11).




 

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